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El comienzo de todo

17 de marzo, el sol brillaba con tal fuerza que el bochornoso calor se entremezclaban, con la pegajosa tensión que corría por los pensamientos de los colombianos; según mi abuela son días que terminan en lluvia. Y así fue como se cumplió la sabiduría de Yaya, el día terminó en tormenta.

Eran las 6:00 p.m. en las casas, en los televisores se paralizan los programas que se estaban transmitiendo, suena el Himno Nacional por 50 segundos, la tensión que se sentía en la mañana aumenta al son que caía la tempestad, el presidente hace su aparición desde la Casa de Nariño, sentado con las manos entrelazadas y puestas sobre la mesa anuncia que a partir del día siguiente se establecería a las 12:00 de la noche el aislamiento obligatorio a causa del coronavirus, esa pandemia que empezaba aflorar en el mundo, marchitando la vida de muchos. 

Al finalizar, apago el televisor y la casa se inunda de un silencio poco agradable, todos parecían estar procesando aún lo que habían acabado de escuchar, a medida que transcurría ese aparente silencio, trataba de organizar la bulla de preguntas que se cruzaban en mis pensamientos, unos me recalcaban proteger a mi familia, otros más poderosos me generaban una angustia colectiva, una angustia por los demás, por esos que no podrían salir por su sustento diario.

A las 9:00 a.m. del día siguiente, voy a la cocina y miro a mamá mientras prepara mi café, sin darme cuenta de la decisión que ya había tomado impulsada por ese deseo de ayudar, llamo a mis hermanos y les cuento la solución que rondó toda la noche sobre mi cabeza para calmar mis angustias. Su apoyo se fidelizó desde ese primer instante en que aceptan mi idea, y me acompañan al D1 a mercar, el lugar se encontraba más lleno de lo normal, gente por allí y por allá. 

 

Eran ya las 5:00 p.m., cuando finalizamos la compra de los mercados y ahora solo faltaba entregarlos. Los vendedores  ambulantes que ahora tenían un trabajo que más que ambulante era incierto, agradecían con las expresiones de sus rostros recibir una grata noticia que daba un sabor más dulce a la agria realidad que estaban por enfrentar. ¡16 mercados,16 expresiones y un sentimiento puro que agradaba a mi alma!.

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Con los días la situación iba tomando un tinte más serio y peligroso en nuestro país, la cuarentena se estaba extendiendo cada vez más, era un decreto sobre otro. El pico y cédula comenzó su reinado como medida de protección para cuidar la salud de todos. Sin embargo, con el apoyo de mi familia decidimos no dejarnos vencer de las adversidades que suponían no salir a ayudar, así que empezamos a entregar tres veces por semana mercados, arriesgándonos a ser atrapados por los agentes de la policía nacional que circulan por las calles.

Las veces que fuimos descubiertos por ellos, inmediatamente les comprobamos  el porqué desacatabamos la orden, lo hacíamos por medio de videos e imágenes. Al principio se hacía tedioso y el susto era innegable, además, todos los policías con los que nos topamos no eran igual, algunos eran más compresivos que otros, pero con los días ellos llegaron incluso a acompañarnos y ayudarnos en esta labor.

    

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